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Orient-Express. El tren de Europa

La primera vez que se publicó Orient-Express. El tren de Europa fue a finales del 2020. Mauricio Wiesenthal nos introduce en la tradición de este periplo ferroviaro atando muchos cabos hacia las maravillas que esconde. Desde el Andén 8 de Victoria Station empieza un trayecto que llevaba hasta Asia. Wiesenthal aprovecha el ritmo sinuoso del tren para recorrer Europa, sus costumbres y también las obsesiones de algunos de sus pasajeros. Especialmente de ciertos famosos viajeros de esta lujosa ruta. Menciona muchos de los lugares por los que pasa: Lausanne, Venecia, los Balcanes, Bucarest y Estambul. Y lo hace integrando los diálogos con sus compañeros de viaje que danzan en la nebulosa de la fantasía, a pesar de que todos los lugares y trenes mencionados existen. Un libro que tiene de memoria, de ensayo, de novela y de relato de viaje. Y que aprovecha las posibilidades del viaje en tren para ello. De hecho este es un libro, que sin el ritmo del trayecto ferroviario, no sería posible.

El autor también ameniza el ensayo citando a escritores como Agatha Christie, o a César González Ruano, que dice esto sobre lo que nos interesa:

«Esta vida me ha enseñado que no hay que insistir sobre la belleza de las tierras, de las criaturas ni de las cosas. Que debería uno tener el valor estético de ser siempre y en todo viajero, sólo viajero, porque, al fin, el mejor recuerdo es el de aquello que no se tuvo nunca, y los ojos más bellos fueron los ojos que en una madrugada lívida vimos desde nuestro vagón de ferrocarril, en la ventanilla de otro tren que se cruzaba irremisiblemente con el nuestro».

 El conocimiento de historia ferroviara británica permite anotaciones como esta (ahora sí de Wiesenthal):

«Las estaciones británicas se diseñaron desde el primer momento para la comodidad del viajero, y la altura del andén estaba perfectamente calculada, al nivel de las puertas.»

O algunas perspicacias sociológicas que se mezclan con la psicología:

«Nuestro pensamiento está influenciado por las limitaciones y formas del espacio, y nuestras ideas se adaptan irremisiblemente a nuestro entorno. De ahí proceden todas las mezquindades de la burguesía: esa clase domesticada que contempla el mundo desde un sillón orejero y no sabe imaginar nada más lejos; esa gente que no tiene otro ideal que comprarse una casa más grande con un sofá más amplio, y que considera—como diría Byron—que el amor es lo más parecido que hay a un contrato fijo o a una propiedad inmobiliaria.»



Se describe aquí no sólo el trayecto que atraviesa Europa, sino muchas de las curiosidades políticas y económicas de una ruta antigua, que atravesaba los cambios sociales de los numerosos y diversos países del contintente. Wiesenthal sazona el texto con ironía:

«Las mil naciones europeas, con sus presuntuosas rencillas y ridículas distancias, se esforzaban por tener diferentes anchos de vía y complicadas leyes aduaneras, a la vez que mantenían conflictos sindicales y sociales que impedían la fácil circulación de los trenes internacionales. Como es ya clásico en la historia europea, los ingleses fueron los primeros en querer ponerse a salvo de este caos; aún a costa de su propia ruina. En 1969 los Pullman británicos fueron desconectados de los trenes de Wagons-Lits que circulaban en el continente. El Brexit tuvo dos precedentes en la Historia o dos avisos, según como queramos valorarlo: la Iglesia Anglicana y la Compañía Pullman.»

Además de las reflexiones sobre su vida Wiesenthal también es un nostálgico. Pero un nostálgico que resuelve con solvencia la razón de sus añoranzas.

«Los viajeros antiguos regresaban de sus viajes con apasionantes crónicas. Los modernos traen sólo souvenirs y fotos. Y eso es grave, porque con las crónicas de mil lugares del mundo podía componerse una sabiduría y una experiencia de la vida, mientras que las fotos malas apenas dan para un álbum.»

El autor es un diletante, en el mejor sentido de la palabra, desde las estaciones va a los hoteles. Los mejores de cada ciudad. Hace recuento de las calles que recorre, de los olores, de los sabores, de todo lo que puede ofrecerle un estadio en su camino. Wiesenthal se aprovecha del Orient-Express para contarnos historias sobre una Europa anterior, que advierte la actual. Y el marco, es el del buen gusto, o del gusto del autor, que en este caso es el que se prefigura en sus páginas.




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