Un artículo de Pico Iyer en The New York Times titulado The Travel Writer’s Dilemma: Share, or Gatekeep? reflexiona sobre la labor del escritor de viajes. Y sobre lo de compartir lugares, paisajes, aromas o ciertas tiendas desapercibidas para la mayoría, que han sido fuente de experiencias para el que escribe. Dice Iyer que cuando empezó a escribir sobre Kyoto, hace ya 30 años nadie iba ni quería ir por allí. En el 2023 más de 75 millones de personas visitaron dicha prefectura. Muchas poblaciones no están preparadas para tal afluencia de personas. Algunos negocios sucumben y los vecinos se van.
Pero Iyer señala que sus textos también han ayudado a un monasterio benedictino en California a aumentar las visitas de personas que quieren pasar un tiempo de soledad y reflexión. Y quizás eso ha sido bueno para los visitantes y para los monjes. El escritor de viajes, en este caso el cosmopolita Iyer, es consciente de que no todos los gustos son iguales, y que el suyo no tiene por qué ser determinante. Así va trazando una serie de líneas sobre destinos que ha visitado, que le han impactado más o menos, pero a lo mejor sólo son relevantes por cuestiones personales. Y siempre con aquél debate interno sobre si compartir aquellos secretos o no.
No saber si respetar aquella molestia de sus vecinos japoneses, que ven cómo el servicio de transportes de su ciudad colapsa ante la llegada masiva de turistas. O la de los dueños de los negocios en Kyoto que ven florecer sus proyectos gracias a esos visitantes, es parte de este dilema permanente. Quizás, señala Iyer, sea mejor dejarse llevar por la imaginación, como cuando escribió en una de sus novelas sobre una casa rural en la costa oeste norteamericana; un hospedaje que no existe. Aunque alguno de sus lectores pensaron que sí.