Juan Manuel Pereira escribió este relato a finales del siglo XIX. Viajó al Imperio de la China y los Reinos de Siam y Annam como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la corona española. La primera versión del libro Los países del Extremo Oriente fue publicada en Madrid en 1883 "con adornada profusión de grabados". Los grabados fueron realizados por Enrique Alba, inspirados en las fotografías de los sitios visitados. La obra está digitalizada por la Biblioteca Nacional de España en este enlace.
Fue editada otra vez por Ediciones del Viento en el año 2018 con un prólogo de Xosé Ramón Barreiro. Una de las cuestiones que me han llamado la atención es la importancia para su autor del recuerdo, ya al regreso, que se contradice con las complicaciones de aquellos trayectos tan largos a países lejanos:
«Pero el placer puro, sin mezcla de contrariedad, le espera al viajero, cuando, como en recompensa de las fatigas sufridas, de regreso á su patria, en el hogar doméstico y en el seno de la familia, la entretiene al amor de la lumbre en las largas veladas del invierno con interesantes y curiosas relaciones. También goza grandemente cuando en alguna tarde del caluroso estío, tendido á la sombra de frondoso árbol, dormitando, al parecer, aunque despierto, y cual en agradable éxtasis sumergido, deja que su imaginación corra ligera por aquellas apartadas regiones, y le represente, como en ilusión de espejismo, verificándose presentes á su vista los sucesos que en ellas le ocurrieron».
Los recuerdos del viaje son muy importantes para algunos escritores. Tanto o más que el propio viaje. Quizás porque permiten rememorarlos de otra forma. Hay varias capas de subjetividades en la vida humana y el relato permite establecer algunos sustratos.
En este caso el autor describe su trayecto de forma muy ordenada. Un periplo que se inicia en agosto de 1871 en Madrid. Luego pasa a Barcelona, continúa hacia Marsella (hasta ahora por tierra) y se embarca en el Provenza, un buque de vapor. Dice Pereira que «no es mi ánimo hacer descripciones de ciudades europeas que todo el mundo conoce». Matiza el trayecto inicial con algunas referencias mitológicas a la cultura griega.
Hacían dos años escasos desde la inauguración del canal de Suez. Y el autor lo señala admirado. Lo cual le evitaría navegar por la costa africana hasta el "cabo tormentoso" llamado después de Buena Esperanza. Es una nueva ruta, un nuevo viaje que se hace posible por varias razones. Dos de ellas le deben mucho a la nueva ingeniería: la navegación a vapor y la construcción del canal de Suez. Las rutas, a pesar de su aparente flexibilidad o precariedad se pueden convertir en ámbitos. Y no necesariamente existen desde siempre.
El relato describe también la pobreza de muchas de las poblaciones que atraviesa. Aunque muchas veces se enjuicia el atraso desde razones culturales. Pereira sufre de una aproximación lastrada por la visión de superioridad europea frente a los pueblos árabes y africanos. Muchas de sus menciones pueden ser fruto de esa tendencia egocentrista. Y en ciertos casos son claramente discriminatorias.
Es interesante la descripción geográfica y urbana de ciudades como Singapur, en donde hay «casas de campo en medio de frondosos parques». O de lo que entonces, para Pereira, era extrañísimo: «me llamó la atención que las mujeres que por allí transitaban, trajesen, como preciado adorno, un botoncito de oro, ó á lo menos dorado, clavado en un lado de la nariz, y probablemente remachado por adentro».
Recalará en Hong-Kong. El muelle había sido destruido por un ciclón. Le llama la atención una fruta «del mismo color del tomate, que se comía con cuchara». Hay una descripición de Hong- Kong que retrata una ciudad completamente diversa a la actual. Una de las que pueden servir, junto con otras repartidas en el tiempo como una muestra descritiva de los cambios urbanos mediante el relato de viaje.
«Es Hong-Kong, como ya dejo dicho, una pequeña isla, que tendrá á mi parecer dos leguas de largo por una de ancho, y se reduce pura y simplemente á una alta montaña, cuya cumbre se eleva sobre el nivel del mar cerca de 2.000 pies. Pero los ingleses á quienes la cedió el emperador de la China, construyeron allí una gran ciudad, que si bien por la pendiente está en anfiteatro, tiene buenos edificios y bonitas calles, algunas con árboles, y un hermoso jardin que sirve de paseo público; y tanto mas es esto de admirar, cuanto que aquel terreno es, por la parte de la ciudad á lo menos, de una aridez tal, que parece repeler todo cultivo; y no obstante, en aquel ingrato suelo, la industria inglesa hizo brotar vegetación para adorno público y aun para el particular, en los jardines de muchas de sus casas.»
Pereira mencionará que sobre la montaña hay un pequeño edificio desde donde se avisaba, mediante una bandera, de la llegada del correo. A aquella montaña, probáblemente el Tai Mo Shan, subió el autor para observar la bahía. También visitará la vecina Macao, situada a la orilla de «un río grande», en donde también crecían los árboles con la «fruta parecida al tomate». O a Cantón «una de las mayores del imperio chino», entrando al continete «por un anchísimo río». en donde le llamó la atención una torre «de extraña arquitectura, adornada en sus cuatro ángulos de abajo arriba por una especie de picos salientes». Allí conoció los barcos de flores, que estaban anclados en el río.
El viaje de Pereira es extenso, y describirá con igual detalle sus pasos por Manila, Saigón, Bangkok, Pekin, Shangay, Tiensing y El Cairo. Arquitectura, flores, personas y costumbres son mencionadas, siempre de acuerdo a sus propios gustos, y con muchas «explicaciones personales». Algunas de estas explicaciones obedecen a sus propias preocupaciones, prejuicios u obsesiones. Pero nos posibilitan una mirada subjetiva, desde los ojos de un hombre con una clara sensibilidad, y con aquella perspectiva limitada de una clase privilegiada. Dada su misión Pereira se entrevistará constantemente con gobernantes y autoridades. Pero además hay un esfuerzo por confundirse con la gente de a pie, y cada vez que sus obligaciones lo permiten intenta conocer las ciudades sin hacer uso de sus influencias.
Quiere Pereira no sorprenderse de las costumbres ajenas, y dice que para el europeo que viaja a esos países ha de existir la conciencia de retroceder en el tiempo a una antigua civilización con «bárbaras costumbres» como en el caso de Grecia o Roma. Su encuentro con los monarcas de Siam y China también se precisan en este libro. Las descripciones de Pereira son detallistas, revelan los atuendos e incluso se atreve con apreciaciones sicológicas. Podría considerarse en algunas partes un intento de relación de aquellas poblaciones, que se extiende también a su vuelta, en donde pasa por Egipto, Alejandría y Pompeya.
El autor se sabe también con una obligación de contar lo que ha podido ver. Es reseñable el que sea este el relato de un viajero republicano y progresista de finales del siglo XIX, que se encuentra en medio de las profundas transformaciones y crisis del país. Y qu muestra los cambios de una época compleja. Y sobre todo de las miradas a un Oriente que ya no será tan lejano gracias a la nueva ruta marítima.