El obituario del profesor Adams, publicado en octubre del 2008 da señales de que fue una excelente persona. Lo cuál, muchas veces, es más importante que ser un gran investigador o un buen escritor. Pero parece ser que aquí se conjugan estas dos dimensiones. Las tres obras más importantes de Percy G. Adams no tienen traducción al español. La primera es Travelers and Travel Liars 1660-1800 y fue publicada por la Universidad de California en 1962. Hay además una segunda edición revisada por el autor en 1980. El segundo libro, más conocido, es Travel Literature and the evolution of the Novel que se publicó en 1983 por la editorial de la Universidad de Kentucky. Entremedias encuentro otro libro: Graces of harmony : alliteration, assonance, and consonance in eighteenth-century British poetry publicado en 1977 por la Universidad de Georgia. Por lo que a mi respecta, me interesa sobre todo su pensamiento alrededor de la literatura y los viajes. Es un autor conciso, intutivo y con una gran cultura. El desconocimiento de su trabajo da una muestra de que, en muchos ámbitos, hay textos interesantes que conocer, traducir y divulgar. Y que Internet no resuelve de manera mágica todo ello.
Sobre el libro acerca de los viajes y sus mentiras mencionaré un par de detalles. En el prefacio a la primera edición el autor señala que no es un libro sobre viajes extraordinarios de ficción como Los viajes de Gulliver o las historias de Munchausen sino que trata sobre viajes reales o en aparicencia reales que se produjeron en la época de la Ilustración.
Según Adams tres tipos de libros sobre viajes habrían en el siglo XVIII: los ciertos, los fantásticos y los aparentes. Estos últimos son difíciles de estudiar porque incluyen datos falsos en viajes verdaderos u ofrecen datos ciertos en pseudo-viajes. Lograr distinguir el trigo de la paja se hace complicado, porque si bien los viajes fantásticos eran muy populares, lo eran también aquellos trayectos reales, como las circunavegaciones de Bougainville y el Capitán Cook. Entre los viajes totalmente fantásticos, como los del Barón de Munchausen y otros que cuentas periplos reales hay un espectro grande de textos. Otra cuestión es cómo distinguir las falsedades de los errores, y entre las falsedades, aquellas realizadas con el propósito de engañar a quien compró su historia y otras cuyo fin falsificador no es otro que el literario. Esta discusión, sobre los límites de la objetividad en la literatura, es una cuestión que ha acompañado a los estudios literarios desde sus inicios. Y que ha puesto en el extremo aquellas obras más cercanas a los mundos ficcionales, y en el otro el mundo real, donde los textos han solido caer del lado de la historia. A partir de aquí tenemos detractores de la literatura fantástica, aficionados a la novela histórica y un sin fin de variedades en la profusa fauna de los lectores.
Adams profundiza sobre el asunto de las mentiras ficcionales. Incluso, hace mención a la intencionalidad de las mentiras literarias del siglo XVIII. Por ejemplo dice que la primera vez que se habla de las mentiras veniales como "mentiras blancas" es en una revista inglesa de 1741. La profusión del viaje durante el siglo de la Ilustración dará lugar a muchas posibilidades dentro de este espectro. La necesidad de entretener al lector también dio muchas licencias entre aquello que debían de contar los exploradores de manera objetiva, y su propia visión de los hechos. Fielding dirá —siempre a través de Adams— que quizás lo que impulsaba a estos viajeros mentirosos era el dar la apariencia de saber más que otras personas.
En el capítulo dos, el autor habla sobre los gigantes de la Patagonia, una leyenda que afianzó el relato, sobre todo, del abuelo del poeta Byron. El entonces comandante del velero Dolphin, John Byron, divulgó aquello de que en las tierras del sur del contintente americano habitaban seres humanos de casi tres metros de altura. ¿Cómo es posible que en plena época de la Razón pudieran difundirse semejantes patrañas? se pregunta Adams. Los marineros del Dolphin son los continuadores de una tradición de leyendas sobre los gigantes patagónicos. A la autenticidad de estos relatos tuvieron que enfrentarse científicos e historiadores de la época. Los demás capítulos del libro de Adams también detallan otros tipos de falsedades viajeras: topografía inventada, memorias fantásticas, plagios y controversias.
Un capítulo menciona los antecesores de Defoe, quien escribió un verdadero relato de viaje (A tour thro' the Whole Island of Great Britain) tiempo después de su Robinson Crusoe. Allí Adams describe un caldo de cultivo en donde conviven las grandes ideas ilustradas, y la búsqueda del conocimiento, junto con la ingenuidad social avivada por la creencia soterrada en mitos y leyendas. Autores como George Psalmanazar que escriben tanto sobre viajes reales como imaginarios, en donde unos potencian a los otros y crece una copiosa selva literaria que desafía al lector. y en los que algunos autores se metamorfosean sin aviso alguno. Quizás por eso un lector de literatura de ficción tendrá herramientas para desentrañar el universo de falsedades a los que asistimos en muchas redes sociales.
El planteamiento del libro de Percy G. Adams es una clave para entender la literatura de todos los tiempos. Y nos ofrece aquél dato inveterado sobre cómo el afan por entretener potencia la imaginación. La intencionalidad del engaño literario, que no tiene nada que ver con los bulos, pero que puede confundirse es parte de nuestra condición humana. Y avisa de lo difícil que es alcanzar las certezas. Baste como ejemplo aquél programa radiofónico ideado por Orson Welles en donde se leyeron extractos de H.G. Wells sobre una invasión alienígena y que aterrorizó a algunos radioescuchas. En otro espectro de experiencias las relaciones entre los viajes imaginarios y los viajes reales son fascinantes porque muchos se inspiran en los primeros para realizar los propios.