Viajar en avión hoy es más o menos normal. No lo era tanto hace cien años. Tampoco era común viajar en barcos propulsados por máquinas hace poco más de doscientos. Y estos medios de transporte han cambiado las impresiones que recibimos cuando nos trasladamos de un lugar a otro. La forma mentis del viajero en avión es distinta a la del navegante o la del que camina. Incluso podríamos decir que hay variaciones dentro de cada grupo. No es lo mismo volar en un helicópero que en un avión supersónico, ni viajar en una moto que en una camioneta camperizada.
Dentro de la primera categoría, y en el subconjunto de los aviones comerciales, se inscribe la experiencia de Mark Vanhoenacker, piloto comercial, que publicó en el año 2022 el libro Imagine a City. A pilot´s journey across the urban world.
La perspectiva de Vanhoenacker esta signada por la cantidad de veces que va y viene por decenas de ciudades, enlazadas una y otra vez por los aviones que pilota. Recuerda por ejemplo la primera vez que llevó un 747 desde Londres hasta Hong-Kong, una experiencia que podría sonar a ciencia ficción para un habitante de la Inglaterra del siglo XVI. La experiencia de Vanhoenacker conecta ciudades lejanas en un trayecto directo y simple: el áreo. Empezando por Pittsfield, su ciudad natal, en Massachusetts. Pasando luego por Boston o Nueva York y conectando esas líneas, por ejemplo con Ciudad de Cabo o Río de Janeiro. Sus descripciones de las ciudades empiezan por el significado del nombre, ya sea la costa sudafricana o en el caso de Río, su descubrimiento en el mes de enero de hace mucho tiempo.
Las contradicciones, alejadísimas de los trayectos antiguos, signan estos vectores. Saliendo un día de nieve y hielo desde Boston para llegar a a soleada Río, o detallando los rascacielos encajados en medio del desierto que caracterizan a Abu Dhabi. Todo ello va configurando, además, una idea que el autor fue cultivando desde que era un niño: su ciudad ideal. Cada urbe detonará sentimientos distintos, a veces interconectados, en donde el paisaje, el clima, los sonidos van configurando una manera de vivir, diferente en cada ciudad, y en el caso de la experiencia del piloto, en los pocos días que que pasa en cada una de ellas. En sus reflexiones esboza una idea del perfil de la ciudad, no sólo de la línea del horizonte, sino la perspectiva antes de aterrizar o la de las calles y casas que ve desde la ventana de su habitación en el hotel. A veces, Vanhoenacker, piensa que algunas urbes deberían llevar la firma de sus creadores.
Las ciudades tienen una identidad personal. Uno de los desafíos no obligados de este libro es ir descubriendo algunos de los rasgos de ellas. Son mencionadas muchas, en el primer capítulo van, por ejemplo Kyoto, Salt Lake City, El Cairo o Milton Keynes. Más allá de cuestiones urbanísticas o arquitectónicas, el piloto anota detalles hacia la identidad citadina posible en cada caso, incluso más allá de sus paisajes, del clima o sus coordenadas. Como si fueran las capas de una cebolla avanza en sus menciones, pero no sólo de los lugares, también de sí mismo. Estas descripciones de las estadías urbanas se ralentizan, parecen detalladas en una especie de cámara lenta que se contradice con los viajes a más de ochocientos kilometros por hora en los aviones, donde las costas, los océanos y las cadenas montañosas pasan fugazmente, en descripciones de un ritmo diferente. Porque la velocidad del avión también escribe el texto. Aquí las fronteras desaparecen, los países también. Sólo están las ciudades conectadas en una especie de telaraña aérea, hilada desde una población para llegar a otra, y en donde Mark Vanhoenacker dibuja un atlas nuevo y maravilloso.
Este libro podría ser un ensayo sobre el espíritu de las metrópolis modernas, desde la perspectiva única y privilegiada del viajero actual que por motivos profesionales es, a la vez, forastero y habitante de cientos de ellas. Una reflexión, a fin de cuentas, que se orienta constantemente desde un punto cardinal: el propio hogar.