Una mención a Los senderos del mar. Un viaje a pie de María Belmonte donde los párrafos sobre las percepciones sensoriales son una constante, y en donde la conciencia de los límites de la descripción nos ayuda a romper algunas configuraciones mentales.
La defensa de la ciencia del caminante que hace la escritora es, también, una oda a la forma de conocer, de sentir, de integrarse o de vivir —en suma— cerca de un paisaje. En este caso se trata de la costa de Euskadi. Que recorre María Belmonte desde Bayona hasta Santurce. Las descripciones no sólo van de paisajes terrestres, también de las vistas sobre el mar.
«En aquella mañana de abril la primavera había estallado en las cunetas que rebosaban flores de todos los colores. Aunque no resulte tan evidente, la primavera también estalla en el mar, y al igual que en la tierra, es una época de renovación. Las capas de aguas superficiales que se han ido enfriando durante el invierno comienzan a hundirse lentamente desplazando hacia arriba las capas inferiores más calientes.»
Siempre busco un mapa en los relatos de viaje. A veces los mapas nos aseguran el periplo por un libro. Lo sabía bien R. L. Stevenson que dibujó alguno en La isla del tesoro, y no encontré un mapa en el libro de Belmonte. Aunque sí varias fotografías que acompañan a las descripciones. Son ellas también el fiel testimonio de que lo que cuenta la viajera que ha pasado, al menos a un nivel sensorial, o por un paisaje anímico. Quizás sean necesarios mapas físicos y mapas interiores para seguir algunos textos. Porque todo lo demás, lo que no es posible describir de manera objetiva, lo define Belmonte una y otra vez, haciendo gala de una maestría en el arte de caminar.
«Debo añadir que adoro viajar a pie. Prefiero recorrer andando algunos kilómetros de un pais que verlo desde un automóvil u otro medio de transporte [...] Caminando experimentamos el mundo en nuestros cuerpos, con todos los sentidos. Al andar aprehendemos el paisaje y permitimos que éste se apodere de nosotros.»