A veces es interesante saber qué piensa un autor de ficción sobre la realidad. O más bien, escucharle describir lugares reales en momentos concretos. Nos puede servir para comparar sus tipos de escritura. Y suele suceder —sobre todo en los grandes escritores— que la calidad no desmerece ninguna fórmula, más bien varía, y nos da señas sobre cómo funcionan sus cabezas, sus sentidos o cómo procesan sus experiencias. Pero sobre todo porque percibimos la calidad estética tanto en sus textos imaginativos como en los descriptivos.
La prosa de Dickens se forma en la crónica, en los envíos que hacía para The Morning Chronicle, así que estaba habituado a describir la realidad. Pero contar cosas reales se puede hacer de muchas maneras. Y por eso la maestría, la creatividad y la imaginación también son necesarios en otros tipos de textos, no sólo aquellos tradicionalmente literarios. Notas de América es el relato de un viaje hecho a los Estados Unidos en 1842 en donde recorre, durante seis meses, Boston, Nueva York, Filadelfia, Washington, Virginia, Pittsburg, Cincinnati y Louisville. En este viaje también visitará algunas ciudades canadienses, pero Dickens es mucho más austero en esos comentarios.
Algunas anotaciones sobre el papel de las universidades en la vida bostoniana aparecen aquí:
Pero Dickens tiene, sobre todo, una aguda mirada para percatarse de la vida social, incluso para detalles aparentemente menores como la calidad del aire. Tanto en las calles bostonianas (donde dice que el aire era muy limpio) como cuando señala que un hospital «poseía un defecto, común a todos los interiores americanos: la presencia del eterno, maldito, asfixiante y candente demonio de la estufa, cuyo aliento sería capaz de empozoñar el aire más puro de la tierra» p. 76. Sobre Nueva York señalará que «no es ni por asomo una ciudad tan limpia como Boston».
Charles Dickens visita el Insituto Perkins y el Asilo para ciegos de Massachussetts en Boston. Allí, al ver a los niños, tiene una serie de reflexiones: «en esta institución, como en muchas otras, no se llevaba uniforme; y yo me alegré mucho por ello, por dos razones. En primer lugar, porque estoy seguro de que sólo la absurda costumbre y la falta de reflexión nos hacen resignarnos a los atuendos y las insignias a los que tan aficionados somos en Inglaterra. En segundo lugar, porque, sin uniforme, cada niños se presenta ante el visitante con su propio carácter, con una personalidad intacta que no se pierde en la horrible, aburrida y monótona repetición de un mismo atuendo carente de significado: lo cual es una razón de peso.» p. 49
En South Boston también irá a un hospital psiquiátrico, una casa de acogida para ancianos y desamparados y un reformatorio. Las descripciones de Dickens son directas y muchas veces crudas. Aún cuando parten de la visión de alguien con una perspectiva obligada por la época, el escritor está convencido de la necesidad de estas instituciones y de sus ventajas frente a las inglesas. Y seguro que sacaría partido de varias observaciones para sus escritos posteriores.
«Ante todo, creo sinceramente que las instituciones públicas y de beneficencia de esta capital de Massachussetts son casi todo lo perfectas que puden hacerlas la sabiduría, la benevolencia y la humanidad más amables. Jamás me ha afectado la contemplación de la felicidad, en unas circunstancias de dolor y privación, como en las visitas que hice a estos organismos». p.45
Dickens usa recursos literarios, como invitar al lector a un paseo por Nueva York: «¿nos sentamos en un piso alto del hotel Carlton House (situado en la mejor parte de esta arteria principal de Nueva York [Broadway]) y, cuando nos hayamos cansado de mirar cómo pasa la vida abajo, salimos del brazo y nos mezclamos con el vulgo?» p.123.
Aquí Dickens atiende enormemente a los colores y los uniformes de los cocheros: «hay cocheros negros y blancos; con sombreros de paja, sombreros negros, sombreros blancos, gorras de hule, gorras de piel; con chaquetas de algodón de Nankín, gris, negro, marrón, verde, azul, y pantalones de dril o de lino a rayas; y allá, un único caso (mirad mientras pasa, o será demasiado tarde), de uniforme de librea» p. 124.
En Maryland el autor británico observa una plantación y hace un comentario sobre sus injusticias y los seres humanos que allí vio: «proseguí mi camino agradecido por no verme condenado a vivir donde reina la esclavitud, y porque mi sensibilidad no se hubiera embotado ante sus horrores e injusticias debido a la circunstancia de haber sido mecido en la cuna por una esclava» p. 208.
En muchas de las ciudades donde va, Dickens visita los tribunales y las penitenciarías. Por momentos pareciera este relato un estudio sobre la condición humana, pero también un análisis sobre la calidad de las instituciones que juzgan a las personas. Porque el escritor atiende especialmente a las condiciones de las cárceles norteamericanas —mejores en muchos casos que las inglesas— y a los casos de sentencias poco claras o que impactan el equilibrio de la justicia.
Dickens también recomienda o critica algunos de los alojamientos que visita. La cita denota que hubiera sido un gran influencer:
«El más acogedor de todos los hoteles donde me alojé en Estados Unidos, que no fueron pocos, es el Barnum, sito en dicha ciudad [Baltimore]. Allí el viajero inglés hallará cortinas alrededor de su cama por primera y tal vez última vez en América (comentario desinteresado, puesto que yo nunca las uso); y es muy posible que disponga de bastante agua para lavarse, lo cual es muy poco frecuente.» p. 209.
Entre tantas cosas que podría citarse, está el encuentro entre Charles Dickens y el jefe de la tribu india Choctaw a bordo del Pike, en el trayecto desde Cincinnati a Louisville. El jefe Pitchlyn, que hablaba un inglés perfecto y que había leído muchos libros volvía de Washington donde había estado negociando algunos asuntos pendientes entre su tribu y el gobierno. Dice Dickens que a esto se refirió con un tono de melancolía «y que temía que jamás se resolverían, porque ¿qué podía hacer un puñado de indios contra hombres de negocios tan preparados como los blancos?. No le gustaba Washington: enseguida se cansaba de los pueblos y ciudades, y echaba de menos el bosque y las praderas. Le pregunté qué opinaba del Congreso. Respondió con una sonrisa que a lo ojos de un indio le faltaba dignidad.» p. 250.
Yo he usado la edición en español de Ediciones B en la traducción de Beatriz Iglesias y publicada en el año 2005.