La búsqueda de un presente constante (imposible): aquél momento que se nos escapa, el que roza la eternidad como sugiere San Agustín, es —para Magris— una de las características del viaje. Claudio Magris es uno de esos viajeros a los que el camino que recorren les inicia en un recorrido paralelo por su interior. Avanza en los caminos físicos y a la vez en los senderos interiores. Por momentos no se sabe cuál de los dos es mayor. Y al final de El infinito viajar uno supone que debería haber también una cartografía del alma de Magris. Se hace necesario a veces.
«cuando yo viajaba por los vastos países danubianos o por los periféricos microcosmos, encaminándome en una dirección determinada, siempre dispuesto a hacer digresiones, paradas y desviaciones repentinas, vivía persuadido, como ante el mar; vivía sumergido en el presente, en esa suspensión del tiempo que se verifica al abandonarnos a su leve discurrir y a lo que la vida nos trae –como una botella abierta bajo el agua y rellenada por el fluir de las cosas, decía Goethe viajando por Italia.»
Las reflexiones de Magris merecen una consideración especial, son a la vez filosóficas, teológicas y psicológicas. En ellas descubre, como los primeros filósofos; el mundo, la soledad y la felicidad que se le escapa de las manos.
«Quien viaja es siempre un callejeador, un extranjero, un huésped; duerme en habitaciones que antes y después de él albergarán a desconocidos, no posee la almohada en la que apoya la cabeza ni el techo que le resguarda. Y así comprende que nunca se puede poseer verdaderamente una casa, un espacio recortado en el infinito del universo, sino tan sólo detenerse en ella, por una noche o durante toda la vida, con respeto y gratitud.»
También hay —cómo no— menciones literarias a acontecimientos casuales, que cobran una especial relevancia al hacer memoria de sus lecturas. Es la capacidad referencial del lector viajero, aquél que por momentos pareciera confundir la realidad de su camino con la ficción de lo leído.
«Regresando a Italia desde Berlín, me paro en Hannover. En el Gartenfriedhof, en la Marienstrasse, está enterrada Lotte –la Lotte de Goethe, de Werther, de una de las mejores novelas de amor de todos los tiempos, del segundo bestseller, después de Robinson Crusoe, de la literatura mundial. Como su nombre indica, el cementerio es un pequeño jardín público. Entre sus tumbas, bajo los castaños de Indias y las encinas, los niños juegan a pillarse, las madres charlan, algunos toman el sol tumbados en la hierba con el torso desnudo. Estas confidencias no desdicen a la muerte, hacen que sintamos familiarmente cercano a quien está enterrado.»
Y por último no faltan las descripciones de los lugares y los paisajes. Magris recorre en estas crónicas muchos lugares del mundo, pero quizás sea Europa la tierra que más detalla, quizás por sus lecturas, quizás por ese mapa interior al que me refería al inicio.
«La Selva Negra es tierra de poetas y filósofos, de pensativo recogimiento y canciones vagabundas, una espiritualidad en armonía con las estaciones y orgullosa de su independencia. Entre estos bosques negros florecía en los siglos pasados la silenciosa religiosidad protestante, de la que nacieran la filosofía y la poesía alemanas de mayor altura.»