Han caído en mis manos unos libritos, nunca mejor definidos, editados por una editorial familiar: Countryside Books, de Newbury, Berkshire del Reino Unido. Todos son sobre paseos por el condado de Surrey en Inglaterra. No hay ambición ninguna en ellos, todos son humildes, peculiares, curiosos. Recrean los paseos con hilos conductores diversos, como Short Walks from Pubs in The Surrey Hills, que hila la pasión por los pubs, donde la amistad se puede cultivar en múltiples variantes. O Surrey Teashop Walks que es similar, pero que explora aquellos jardines, parques y villas de la comarca de Surrey donde además sorprende el memorial en honor a JFK, o el barrio donde se inició la búsqueda de Agatha Christie en 1926. Muchos de estos paseos van acompañados por mapas hechos a mano, por fotografías en blanco y negro o a colores realizadas por los autores —mejores o peores— de casas, caminos, ciervos, puentes y jardines. Ello confirma que la velocidad del caminar está subestimada.
Uno de los recuerdos más prácticos y metafísicos que los seres humanos podemos compartir son nuestros caminos. A veces son rutas urbanas para llegar a algún sitio: los atajos sólo se dan como un regalo. O como en este caso; algunos paseos que se han ido construyendo a lo largo de una vida, y que son únicos, personales, casi elaborados cual rutas interiores. Compartirlas en estos libritos es ofrecer una serie de tesoros para quien quiera utilizar su tiempo en el arte de perderlo. Así puestos, estos paseos son un homenaje al saludo y el saber detenerse para mirar y descansar, o lo que es lo mismo: para conquistar el mundo.