Marta Salís editó en el año 2020 varios textos literarios en Viajeros. De Jonathan Swift a Alan Hollinghurst (1726-2017). En el abanico de esta muestra la mayoría son textos de ficción como Juventud de Joseph Conrad o un reflexivo cuento de Voltaire. Son sesenta y seis narraciones de autores como Jules Verne, Charles Dickens, Amelia Edwars, Clarín, Emilia Pardo Bazán, José Maria Eça de Queirós, Franz Kafka, Liam O´Flaherty, Cesare Pavese o Clarice Lispector. Una antología cuyo hilo conductor es el viaje y que no hace sino demostrar que este impulso narrativo es uno de los temas fundamentales de la literatura universal. El orden cronológico permite una lectura por estratos, y sutilmente nos permite observar variaciones y perspectivas. Dato curioso es que los textos que inician y finalizan la selección son relatos de viajes. El primero, la descripción de William Strachey sobre el naufragio del Sea Venture en 1609. Este buque era parte de una flota que transportaría muchísimos colonos desde Inglaterra hasta Norteamérica. El último relato es Todo el cuerpo de 2017, que es parte de una colección de memorias de la autora irlandesa Maggie O´Farrell y que describe un viaje en avión desde Londres hacia Hong Kong. He escogido varios párrafos que me han llamado la atención, aunque podrían ser muchos más.
«Qué puedo decir? El viento y el mar parecían locos de furia y de rabia. Yo ya había presenciado algunos temporales en la costa de Berbería y Argelia, en el Levante, así como otro más angustioso en el golfo Adriático, en un barco de Candía [...] Sin embargo, cuanto había vivido antes no podía compararse con aquello. El barco parecía a punto de partirse o de volcar en cualquier momento.» William Sthachey, Tempestad (1610)
«¿Conoce la travesía desde Dover a Calais de Blanchard y Jefferies? ¡Fue magnífica! El 7 de enero de 1788, con un viento de noroeste, su globo se infló con gas en la costa de Dover.» Jules Verne, Un drama en los aires (1851)
«El 19 de diciembre de 1853, partí de Saint Louis en el tren nocturno con destino a Chicago. En total éramos solo veinticuatro pasajeros. No había señoras ni niños. Estábamos de un humor excelente y enseguida trabamos amistad. El viaje prometía ser feliz; y ni uno solo del grupo, creo, tuvo siquiera el más vago presentimiento de los horrores que muy pronto íbamos a padecer.» Mark Twain, Canibalismo en el tren (1868)
«Y Hortense se apea; el tren se va, dejándolos a los dos en el rincón encantador escondido entre el verdor. Están en plena campiña cuando salen de la pequeña estación. No se oye un ruido. Los pájaros cantan en los árboles, un riachuelo claro fluye al fondo del valle. Lo primero que hace Lucien es lanzar la guía en medio de una charca.» Émile Zola, El viaje circular (1877)
«La calzada estaba seca, el espléndido sol de abril calentaba con fuerza, pero en las cunetas y en el bosque aún había nieve. El invierno –malvado, oscuro, largo– estaba todavía muy reciente y la primavera había llegado de improviso, pero para Maria Vasílievna, subida ahora en una telega, no suponían nada nuevo ni interesante la tibieza, los bosques diáfanos y lánguidos calentados por el aliento de la primavera, las bandadas negras que planeaban por los campos, por encima de los enormes charcos, semejantes a lagos, el cielo maravilloso e insondable, al que hubiera volado de buena gana. Hacía trece años que era maestra y, en todo ese tiempo, había viajado incontables veces a la ciudad en busca de su paga; y ya fuera primavera, como ahora, o una tarde otoñal o de invierno, siempre albergaba el mismo invariable deseo: llegar cuanto antes.» Anton Chéjov, En la carreta (1897)
«James había asistido al funeral, pero su mujer no; no podía dejar a los niños solos: esta fue la explicación que dio él. Lo que ella le dijo en privado fue que no quería ir. Nunca estaba dispuesta a salir de Nueva York si no era para visitar Europa o en las vacaciones de verano; y viajar a Denver en noviembre –para asistir a un funeral– ni se le pasaba por la cabeza.» Charlotte Perkins Gilman, La potestad de la viuda (1911)
«Fue en un crepúsculo vagamente otoñal cuando emprendí ese viaje que nunca hice.» Fernando Pessoa, Viaje nunca hecho (1912)
«Giraron por el camino de tierra y el coche avanzó dando tumbos en un remolino de polvo rosado. La abuela recordó la época en que no había carreteras asfaltadas y se tardaba un día entero en recorrer cincuenta kilómetros. El camino de tierra era muy accidentado e inesperadamente aparecían charcos y curvas cerradas en terraplenes peligrosos. Tan pronto estaban en una colina, sobre las copas azules de unos árboles que se extendían varios kilómetros a la redonda, como en una depresión rojiza bajo unos árboles polvorientos.» Flannery O´Connor, Un hombre bueno es difícil de encontrar (1953)
«Se emocionaba ante cualquier trayecto de más de cincuenta kilómetros, y la idea de viajar al continente era suficiente para sumirla en un estado de expectación febril. Era una completa adicta a estaciones de trenes, terminales de aeropuertos, autopistas, puertos, folletos de viaje y cualquier punto o símbolo de salida, y la mera mención de ciertos nombres hacía que se pusiera a temblar. Una simple frase de una novela podía consumirla de deseo, y en cierta ocasión, estando en la Gare de l’Est de París, cuando vio un tren con un cartel que decía «Budapest», notó cómo se le ponían la carne de gallina y los pelos como escarpias. En sus sueños más eróticos no aparecían hombres, sino lugares.» Margaret Drabble, Un viaje a Citera (1967)
«El avión está en penumbra, los motores zumban con normalidad. Los pasajeros que me rodean van durmiendo: una mujer del otro lado del pasillo, con dos niños en el regazo; la pareja de atrás, apoyados el uno en el otro, con la boca relajada. Sobrevolamos el océano Pacífico, ese punto impreciso en medio de un vuelo de larga distancia, cuando se pierde la noción del tiempo, del espacio privado, del hambre, cuando las horas se funden y colapsan.» Maggie O´Farrell, Todo el cuerpo (2017)