Las Cartas a Isabel II. Mi viaje a Cuba y Estados Unidos, escritas por Eulalia de Borbón en 1893 y publicadas en 1949 en España, son todo un descubrimiento. En ellas la infanta cuenta sus experiencias viajeras, con muchos detalles personales, en un periplo que la llevó a pasar por San Juan, La Habana, Nueva York, Washington y Chicago.
Eulalia representó a la Corona en la Exposición Universal de Chicago y visitó Cuba y Puerto Rico cuando estas no habían conseguido todavía su independencia. Se trata, además, del único viaje de una descendiente de Isabel la Católica a América. El carácter personal a la manera de diario encaja en el relato de viaje. Por ejemplo su descripción del aire caribeño: «¡Se respira fuego... se tragan llamas!». O cuando se pregunta si el sol le afectará en sus labores «cómo soportarán mi cutis y mi salud los ardorosos rayos. Es preciso que olvide toda coquetería» porque se considera en un viaje de servicio a su país. Y escribirá que Cuba «es un país encantador donde los sentimientos son tan vivaces como las plantas de los árboles».
O la descripción del viaje entre Nueva York y Washington, que equipara correctamente a la distancia entre San Sebastián y Madrid. Con la diferencia de que un tren español tardaba veinticuatro horas y los norteamericanos cinco, cosa que también indica. A esta «vertiginosa velocidad» se sienten pocas sacudidas según la infanta. Los campos le parecen similares a la campiña inglesa y algunas montañas al norte de España. Una de las cosas que más llama la atención a la viajera es «la organización práctica de los americanos» que incluso comen en el tren para ganarle tiempo al tiempo. Sus descripciones no podrían encontrarse en ningún libro de historia, como la recepción en el despacho presidencial de la Casa Blanca: «el presidente Cleveland estaba sencillamente vestido de levita, y la señora Cleveland, que espera un nene y que, por consiguiente, no puede vestirse de gala, llevaba una tea gown amarillo, que sentaba admirablemente a su tez morena». También desliza que el presidente Cleveland le habló con cierta coquetería. Dice Eulalia que no se puede protestar contra lo inevitable y «lo inevitable en América, sobre todo, es la fotografía», así que tuvo que ir a posar a donde un fotógrafo llamado Prince (un nombre muy bien escogido, según ella).
La autora toma nota de todo; del paisaje, de la arquitectura y de las personas con las que se encuentra. Además de ofrecer detalle de sus propios pensamientos, su alegría o su cansancio. Define a Washington como la ciudad del «riente aspecto», Nueva York, una ciudad «donde todo llama la atención» y luego, la impresión de las cataratas del Niágara o de la gran Chicago y su Exposición. Cuando escucha la música en una cena oficial confiesa que «me entran deseos locos de bailar». El texto tiene un estilo informal, lleno de reflexiones interesantes y comentarios personales «estoy segura de que si pudiera pasar completamente inadvertida, la vida en América me gustaría mucho».