Redactor en The New Yorker, Mitchell había trabajado en periódicos como el World Telegram o el Herald Tribune. Sus reportajes parecen la materia para los cómics de Batman. La crónica citadina de este periodista, que escarba entre los personajes más diversos de la sociedad neoyorquina, son memoria del siglo XX. Es uno de los precursores de Truman Capote o Tom Wolfe. Su capacidad para el diálogo con ciudadanos de a pie o figuras del mundo cultural demuestran la empatía de alguien que sabe escuchar. La añoranza descriptiva de lugares como la taberna de McSorley, que da título a una de sus obra, también muestra la conexión entre los lugares, la arquitectura y la vida de los vecinos de una ciudad que nunca duerme: «Allí reina la calma: los camareros nunca hacen un movimiento superfluo, los clientes miman sus jarras de cerveza y los tres relojes de pared llevan muchos años en franco desacuerdo. (La fabulosa taberna de McSorley)
Cuando describe al propietario de un restaurante llamado Sloppy Louie´s, el periodista deja que Louis Morino hable, hasta el punto que sus palabras hacen un recuento de la historia de su familia. A orillas del Hudson se puede oler el Mediterráneo gracias a la pericia literaria de Joseph Mitchell:
«El padre de Louie era pescador. Se llamaba Giuseppe Morino, pero lo llamaban Beppe du Russu, que en genovés viene a ser Pepe el Pelirrojo. "La mía era una de las viejas familias de pescadores de Recco que, según decía el párroco, llevaban faenando en aquellas aguas desde la época romana", cuenta Louie. "Vivíamos en Vico Saporito, una calle pavimentada de conchas rotas que bajaba serpenteando hasta el mar"» (El fondo del puerto)