Sobre la influencia del paisaje en la cultura han pensado algunos ensayistas como Malcom Andrews en su Lanscape and Western Art. La generación del 98, en España, buscó en los aires castellanos señuelos y esencias literarias. Cuando digo paisajes también digo clima, lluvia e incluso las horas de luz. Una historia lo confirma; la que cuenta Mary Shelley sobre el verano de 1816 que nunca llegó. Porque el volcán Tambora en la lejana Indonesia había erupcionado. En aquél invierno forzado, Lord Byron desafió a sus vecinos en la suiza Villa Diodati a escribir inspirados por esos cielos. Shelley empezó Frankestein y John Polidori escribió The Vampyre. O sea que la bruma insufló estos monstruosos ingenios.
William Purser y Edward Finden, Villa Diodati